Aunque resulta evidente que a lo largo de la historia la base de las diferentes economías ha sido el conocimiento y la creatividad – activos innatos del ser humano-, no ha sido sino hasta que el inconformismo propio de la naturaleza humana llevó a la saturación del mercado que se logró evidenciar la obsolescencia de los productos tangibles y se trasladó el valor económico de éstos a los elementos intangibles que subyacen a ellos y que encuentran su fundamento en la creatividad y el conocimiento que sirvieron de fuente para su creación. De ahí, que hoy pueda decirse que el 80% de los activos de una empresa corresponden a activos intangibles, mientras solo el 20% representa los activos tangibles.
Esta nueva estructura económica ha obligado a las empresas a replantearse su cadena de valor y a encontrar nuevas ventajas competitivas: el conocimiento y la información utilizada en el desarrollo de su actividad económica; y por tanto nuevas fuentes de creación y explotación. Pero ¿qué tanto han sabido las empresas gestionar estos nuevos recursos?
Cuando se habla de activos intangibles es inevitable hablar de propiedad intelectual y sus principales expresiones: derechos de autor, marcas, diseños y patentes, a través de los cuales se consigue, no solo la protección de las creaciones sino también su explotación económica.
Sin embargo, aunque el momento económico por el que estamos atravesando ha obligado a las empresas a darle un valor mayor a la propiedad intelectual, su gestión, en muchos casos, se queda corta cuando se trata de información y conocimiento puesto que, si bien se ha ido generando consciencia sobre la importancia de los derechos de autor, las marcas, los diseños y las patentes, no ha sido así con los secretos industriales a través de los cuales se protege la información confidencial y el conocimiento.
Si bien es cierto que los derechos de autor las marcas y las patentes resultan de gran importancia para las empresas, su participación en el mercado y su desarrollo económico, el desconocimiento del valor de la información y del conocimiento subyacente, y la incorrecta gestión de éstos, lleva a un desaprovechamiento de los recursos inmateriales y por tanto a una pérdida del valor agregado, pues, si bien estos derechos de propiedad intelectual tienen valor por sí mismos, el conocimiento y la información subyacente tiene un valor intrínseco adicional que resulta ser la fuente de las ventajas competitivas.
Si se les entrega a diferentes empresas -o empresarios- las mismas marcas, derechos y patentes, el resultado de su gestión y estrategia comercial será completamente diferente ya que dependerá del conocimiento y la información adicional con la que cuenta cada uno de ellos y con la que no cuentan los demás.
Entonces, la importancia del conocimiento y de la información que permite la materialización y externalización de todas las ideas, existe como ventaja competitiva en tanto es única y desconocida de la competencia, y su valor depende de la correcta gestión que se le dé, de ahí que Coca Cola utilice el secreto industrial como mecanismo de protección de su receta, y Google como mecanismo de protección de su algoritmo de búsqueda.
Si decimos estar en una economía basada en la creatividad, el conocimiento o la información, y pretendemos reconocerlos como la “materia prima” de las nuevas economías, hay que empezar por entender lo que significan, identificar su valor y saber gestionarlo. Como a cualquier “materia prima” no es suficiente con saber que existe; para poder explotar realmente su valor, es necesario saber gestionarla.